cuentos pellícanos

jueves, junio 03, 2004

Géant

El gigante me tomó en su mano, se levantó y fuimos hasta el estadio. Entramos y nos pusimos discretamente en uno de los extremos donde no había gradas. Entonces el gigante, con los ojos fijos en la nada, levantó sus manos hasta el techo y comenzó a moverlo de un lado a otro. Por entre sus dedos pude ver que en el extremo opuesto, el rey hacía exactamente los mismos movimientos, como si fuera un titiritero con quién sabe qué obscuros poderes. Cuando por fin las columnas cedieron, el gigante volvió en sí y me apretó en su mano.

Al encontrarnos entre los escombros le grité, "¡Corre! ¡Escóndete! ¡No vuelvas nunca más!", mientras los ojos se me llenaban de lágrimas. Lo que sí hay que reconocer es que nuestro difunto monarca tenía las ideas más originales cuando de suicidios se trataba.